Este es el segundo borrador de este día. Desde que comenzaron las protestas que he querido escribir. Algo, cualquier cosa, pero no puedo. El miedo, la angustia, los temores de la infancia brotaron, no por arte de magia, sino por falta de ella.

Suelto y borro párrafos, ideas inconexas que en otro momento hubiesen hecho sinapsis. Hoy anduve en auto, camino a Lampa, y no vi (demasiada) destrucción en las cosas, tanto como en los rostros de la gente. Un taxista me habló desde su auto, desesperado porque habían quemado todos los supermercados del sector. No supe que decirle, y dudo que el hubiese puesto atención a mi respuesta, cualquiera hubiese sido.

Pienso en la dictadura, esa que vivieron nuestros papás, y me quiero convencer de que esta vez va a ser distinto. De que acá habrá una salida democrática, de que “las instituciones funcionan”. No les va a salir tan fácil, pienso, la gente tiene teléfonos y eso hace más fácil saber la verdad. Los medios de comunicación de a poco se han cuadrado -obligados y con modorra- a la realidad. Los vándalos son minoría (y repudiables), y las protestas pacíficas proliferan.

Los grupos de WhatsApp arden, los vecinos del condominio comparten audios con rumores de que “quizá esta noche vengan armados desde la población del frente”, en otros grupos se culpa a Maduro, otros con memes que buscan enfriar la fiebre de información.

Amigos con los que me preciaba de no hablar de política me hablan, me dicen que están sufriendo por lo que pasa, me pasan el video del muchacho que balearon en el sur. Esto está pasando frente a nuestros ojos, estoy en shock desde el viernes. Estoy en piloto automático desde ese día, y estoy seguro de que no soy el único.

Entremedio la vida sigue. Hay reuniones, entregas, emails que responder, el regaloneo a los hijos y pensar en los padres de esos ¿15, 20? personas que han muerto. En mi primo-hermano-mayor que es militar y mi tío que está en el sindicato.

Porque eso somos. Somos una opinión que convive con otras opiniones, antagónicas muchas veces, irreconciliables por hechos como los que estamos viviendo ahora. Que no se nos olvide que lo que pasó hace 40 años es una herida que aún no cierra cuando ya se ha abierto esta.

Somos más que opiniones, es cierto. Pero no somos el enemigo. O tal vez sí, somos el enemigo de la élite, esa masa, esa “chusma” que según ellos nunca debió aprender a leer ni escribir. Porque educados somos peligrosos, porque si nos armamos con una olla y una cuchara podemos derrocar a un megamillonario megalómano con problemas de afecto y ansias de poder.