– Ese pulpo tiene mal olor- dijo Jaime frunciendo la nariz.
– Bótalo entonces.- respondió Cecilia.
– ¿Lo trozo antes de botarlo?
– ¿Tú vas a limpiar el desastre después? Nah, tíralo así no más…
Jaime tomó el octópodo y se dirigió a la puerta del departamento. Al salir, las luces del pasillo titubearon antes de encenderse completamente. Aunque llevaban casi un año viviendo en el edificio todavía no se acostumbraba al lúgubre aspecto del pasillo de noche.
Abrió la puerta de la sala de basura, que era de esos que tienen una puerta pequeña que se abre girando la manilla.
El pulpo en cuestión expelía un olor realmente desagradable, a Jaime le llamó la atención que se deshielara con tanta rapidez. Luego de forcejear con la cabeza del animal por un par de minutos logró hacer que entrara en la puerta y comenzara su caída libre hacia el sótano del edificio.
“Seguro los conserjes se van a dar cuenta de que el pulpo es nuestro” pensó Jaime mientras cerraba la puerta del departamento, mal que mal eran los únicos chefs del edificio.
Sin embargo, el octópodo nunca llegó al sótano. Apenas sintió que se cerraba la puerta apoyó con fuerza sus tentáculos en las paredes y comenzó a escalar. Casi sin esfuerzo y con una agilidad abismante avanzó por el conducto hasta llegar de vuelta al piso 23.
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