Respiro profundamente y me dejo caer sobre la cama. Una vez recuperado el aliento la observo, no puede evitar sonreír mientras su mirada está fija en el techo, haciendo ese movimiento de hombros que sólo puedes hacer cuando experimentas la plena satisfacción. Me ofrece un cigarrillo mientras prende el suyo, yo me niego, me pide que me quede, yo le digo que es tarde e invento una excusa para escabullirme al baño.
Desde que tengo uso de razón he utilizado mi cuerpo en mi propio beneficio. No me mal interpretes, no soy un mal hombre, jamás he engañado a nadie, las reglas siempre han estado claras, al menos para mí.
Una vez leí la frase: “Vive de instante en instante, porque eso es la vida“, en uno de esos libros de autoayuda que tenía mi mamá en el baño de su casa, capaz que lo haya dejado ahí para que lo leyera, a ver si un libro me enseñaba lo que mi padre biológico no hizo.
No creas que tengo algo en contra de él, después de todo me dio lo mejor que tiene: una genética de la puta madre ¿Mi “Yo” interior? Nah, lo puedo crear yo mismo. He pensado que si tengo suerte, capaz que herede parte de la fortuna personal de mi progenitor, bendita ley que reconoce a los hijos que los cuicos tuvieron con la nana. Incluso me enteré hace poco que gracias a una serie de televisión los bastardos estamos de moda.
Salgo de la ducha, ella me dice que me depositó, reviso mi celular, está la cantidad acordada más un generoso extra. Le sonrío, y ella a mí. Me despido con un beso en la frente.
Espero al Uber en el lobby del edificio, quince minutos más tarde ya estoy de vuelta en mi departamento, miro mi teléfono, tengo ocho mensajes, todos ellos de números conocidos.
Estoy agotado, me sirvo un trago y salgo al balcón, ya casi está amaneciendo. ¿He pensado en dejarlo? Claro que sí. Pero antes tengo que terminar de pagar mis estudios y necesito cambiar mi auto.
Es la excusa que todos usamos.