Hola, estoy condenado a morir en un par de minutos más.
No hay modo de evitarlo.
¿Qué si mi familia me lo advirtió? Por supuesto que lo hicieron, mal que mal, la experiencia de los mayores siempre te ayuda, te ayuda a no correr riesgos, a evitar el peligro, a vivir en la monotonía y el letargo.
Yo nunca quise vivir así, me gustó vivir mi vida al límite ¡yo elegí que mi vida haya sido vértigo y locura!
Soy un caracol. Sí, un caracol, de esos que aparecen en el jardín tras un día de lluvia. Pero no soy un caracol cualquiera, soy el más osado de mi comunidad, de hecho una vez salí del jardín, pero esa es otra historia, una que no alcanzaré a contarte.
Creo que llegado este punto querrás saber porqué estoy tan seguro de que voy a morir. Pues bien, esta es la historia de mi última aventura. Ponte cómodo y presta mucha atención.
Todo comenzó con una salida nocturna junto a mis caracocompañeros de juerga: como cada viernes nos juntamos debajo del medidor de agua a conversar y tomar algo, estábamos tranquilos, “en la nuestra” como decimos los caracololos, cuando de repente vi un pedazo de papel redondo muy cerca del medidor, de cuyo lado derecho salía una especie de humo.
Como soy el más valiente de mis amigos corrí a ver de qué se trataba. Apenas 8 minutos más tarde me encontré de frente a aquella figura cilíndrica de papel, de la cual aún emanaban pequeñas partículas de humo.
Creo que la mezcla de caralcohol con ese humo apestoso fue la que me volvió loco: sin darme cuenta comencé a vociferar incoherencias mezcladas con canciones que no me gustan, incluso le dije a la CaraConstanza (mi mejor amiga) que estaba perdidamente enamorado de ella.
En este preciso momento lo único que lamento es no poder recordar su respuesta.
No recuerdo cómo llegué hasta este lugar, sólo sé que me despertó un ruido ensordecedor. Lo primero que atiné a hacer fue tratar de reconocer el lugar donde estaba: para mi mala fortuna estoy a 10 centímetros de la rueda delantera del auto.
Aún cuando mi velocidad de desplazamiento es (y será) legendaria entre mis pares, sé que no tengo opción: como ya habrás adivinado querido lector, el ruido infernal proviene del motor.